lunes, 10 de octubre de 2011

Sobre «la toma» como ejercicio mágico religioso, la administración y el poder popular

 

*José Javier León


Ante situaciones como la que estamos viviendo, en las que reina la confusión, aunque los actores digan o pretendan (hacernos) creer que lo ven claro, valen la pena todos los esfuerzos que se hagan para clarificar, para tratar de entender. Lo que sigue es la forma que encontré de explicármelo, y como norma me remontaré al comienzo del problema, que en realidad es –según lo entiendo- el comienzo, la raíz, el germen infeccioso de donde emanan para todo el cuerpo –en el caso particular, universitario- «estos» particularísimos problemas.

Estamos, pues, ante una «toma» en la que en líneas gruesas –porque de todos modos en el pliego de peticiones no hay nada fino- se pide –sotto voce, entre lagunas y silencios ensordecedores- la destitución de las autoridades, amén de unas peticiones –lo de siempre, comedor, transporte, dignificación de la relación laboral, ¡mudanza de la «sede»!, entre otras- que se diluyen en el estrépito de las decapitaciones.

La estrategia de «lucha» es por todos conocida, pero responde a un esquema proveído por una manera de entender el poder y su conquista. Parte de creer que el poder está concentrado en la Administración, en el poder central. Corto el flujo, la comunicación, asfixio la cabeza, y ésta cae. Luego vendrá otra, pero eso es ya otro asunto. Digo entonces que eso responde a una forma de entender el poder, porque parte del supuesto otorgado de que las decisiones importantes son tomadas, vienen y dependen de ese poder central, de esa cabeza o Administración. La toma es, pues, un acto ritual, un sacrificio. Y ocurre porque están «dadas las condiciones» para que ocurra, esto es, el poder (o su imagen) fue llevado a ese centro desde donde creemos que emana. Esa entrega, esa donación la protagonizamos nosotros mismos, y cuando digo nosotros hablo del cuerpo.

Quiero decir que nosotros, los ubevistas, al menos en esta particularísima sede, pero como resabio de lo que ocurre a nivel nacional, le cedimos «nuestro» poder a la administración central, y de todos los procesos importantes, decisivos, determinantes, nos desentendimos, como si nada –absolutamente nada- tuvieran que ver con nosotros. A ese proceso continuado de entrega de soberanía –porque no es a fin de cuentas y en un análisis macro sino eso- nos dedicamos, sin saberlo, ignorantemente, sin mayores preguntas ni cuestionamientos, aliviados por el hecho opaco y nada transparente de recibir nuestros sueldos, salarios, bonos y primas, como caídos del cielo, nada pródigo por cierto. En otras palabras, nuestra relación con la administración se convirtió en una relación salarial, y sólo un pequeño grupo conviene en esa pequeña sala de deliberaciones que es propiamente el cuello del cuerpo.

Este esquema reproduce y se reproduce en todos los ámbitos de poder, y mientras más estable y orgánicamente funciona, más claramente se distinguen la cabeza, el cuello y las demás partes del cuerpo. Se entiende por qué se auto-atacaron los símbolos del capital en las Torres Gemelas o por qué hoy los indignados acampan en Wall Street. Pero también se entienden por esta lógica los golpes de Estado o las simples destituciones. Ejemplos más, ejemplos menos, lo que queda claro es que el poder se encuentra concentrado, pero esta concentración –y aquí me acerco a nuestro asunto- ocurre porque los sujetos políticos que somos dejamos de serlo, porque comenzamos a entregar lo que nos constituye como tales y cedemos a lo abstracto nuestra concreta situación, posición y naturaleza. A las cosas le cedemos lo que somos, y en el tránsito dejamos de ser personas, sujetos, y nos tornamos cosas. La relación deja de ser –verdaderamente- social, para pasar a convertirse en las relaciones pre-vistas, pre-ordenadas y pre-diseñadas por el Estado de Cosas. Nos abstraemos del poder para que el poder –que ahora vendrá del cielo y de arriba- se haga sobre nosotros. Así el poder ilumina, ciega, abre caminos, entrega, o niega. Desde el momento en que esta lógica se instala, el poder nos da(rá) la vida o nos la negará. Y en la agonía, creemos poder adelantarnos al sufrimiento, poniéndonos nosotros mismos en el sitio de donde emana el poder, sin comprender que dada su estructura y naturaleza sólo unos pocos accederán tanto a la cabeza como al cuello, cuello de botella que se compensa con un renovado contrato social –así lo llaman- que calma momentánea, efímeramente el dolor de no ser. Por un tiempo le cederemos a la nueva Administración nuestra soberanía hasta que la ilusión primera se borre, esa que nos permite por un tiempo creer que yo soy como la cabeza, que la cabeza de alguna manera está en mí, no sólo que vela por mí sino que por su gracia soy yo mismo (y hasta celebraré sus gracias).

El quid del asunto es que nunca seremos –en este marco de relaciones de poder- todos cabeza. Por lo que la ilusión –en sentido estricto, la alienación- se sostendrá mientras el proceso de legitimación se prolongue en el tiempo.

Lo que ha ocurrido es –para decirlo con una palabra cara a los heterodoxos- la fetichización del poder, lo que ocurre siempre –indefectiblemente- que éste se convierte sin más ni más que en mercancía. De ahí al mercado electoral y hoy al marketing sólo hay un paso. Pero donde me quiero detener es en ese proceso de fetichización en el que termina convertido el hacer política. Claro está, desde el momento en que cedemos nuestro poder y nos cosificamos dejamos de hacer política, es decir, la política la hacen no exactamente otros, sino otra cosa. Somos políticos cuando somos sujetos, y somos sujetos políticos cuando tenemos el poder, y lo tenemos mientras no se lo cedamos a lo abstracto o a lo absoluto, esto es, cuando no hay(a) cabeza sino que todos somos cuerpo, un solo cuerpo.

Si somos sujetos y formamos parte del cuerpo no existirá cuello ni cabeza qué dejar sin aire, y que una vez amoratada, caiga de un sablazo. Ese acto mágico religioso no tendría sentido.  

En la política construida por sujetos políticos, el colectivo, el cuerpo, toma las decisiones, es decir, construye las políticas. Bueno sería intentar desbaratar las viejas formas de la usurpación de nuestra soberanía, y fundar –ya en el caso concreto de la UBV- un poder ahora sí popular. Pero puestos en ese camino nos la veremos con la opacidad de la Administración, sistema de donde emanan horarios, cláusulas, decretos, órdenes, sanciones, memos, reclamos, consideraciones, etc., como si de hostias, cuerpos encarnados de lo absoluto, se tratase. Todo debidamente por escrito, refrendado y sellado, listo para el sanciónese, para el ejecútese. Lo peor de todo es que creemos, confiamos, aceptamos que, cuando la Administración funciona, todo funciona, y esto porque los valores positivizados de la tecnoburocracia nos arrobaron robándonos la razón. Llegamos incluso a ansiar el control, y en casos patéticos como al que asistimos, a pedirlo a gritos.

Pero… Otra administración es posible (¿y deseable?) si sólo si nos implicamos todos en los procesos administrativos, si la administración deja de ser una «caja negra» –esa expresión siempre aparece cuando se desatan conflictos como el que estamos viviendo-, si las cuentas se aclaran, se hacen públicas, se publican, porque el gobierno es democrático precisamente porque las cosas públicas salen a la luz y están a la vista de todos (estrictamente hablando se trata de la Res-publica). Pero no es sólo ver (como en los centros comerciales vemos las vidrieras), sino de participar. No es que la Administración ponga carteleras (ni por cierto, se cartelice). Se trata de que participemos, a través de formas espacios y canales diseñados por nosotros mismos, en la toma de decisiones. Que las decisiones sean colectivas y en las que se debata hasta agotar argumentos, de manera que no se imponga la fuerza ni la irracionalidad del interés partidista, particular, privado. Movidos por unos pocos, en beneficio de poquísimos.

Si no queremos que situaciones como esta sigan ocurriendo, tenemos que salir del esquema y de las relaciones de poder impuestas por el pensamiento Administrativo, profundamente burocrático y hoy, profundamente tecnocrático (y por lo visto y como ya lo dije, profundamente enquistado en nuestra psique). ¿Es que acaso no nos hemos dado cuenta de que el tiempo de la administración nada, absolutamente nada tiene que ver con el tiempo de formación académica? ¿No hemos percibido que Proyecto nunca, pero nunca encaja en los tiempos administrativos?

Y es así porque Proyecto es nuestro lazo, nuestro cordón umbilical con las comunidades, esto es, dicho de otra manera, con la realidad, con lo real. Proyecto es nuestro espacio para la construcción de políticas porque es el espacio para la formación de sujetos, esto es, de sujetos políticos. Y esta formación trasciende, pero de lejos, los tiempos de la Administración. Proyecto, entonces, debe marcar la pauta de los procesos administrativos, desde Proyecto, desde sus dinámicas, debe organizarse todo lo demás. Las unidades curriculares no deben pre-existir a Proyecto. Es más, los PFG no deben pre-existir a Proyecto. Egresos y prosecución estudiantil deben estar ceñidos a las dinámicas de(l) Proyecto.

Concedo que la estructura actual de la Universidad depende de cosas –y lo digo con precisión- de «cosas» que la trascienden, por ejemplo Opsu, CNU y demás. Por otra parte, la Ley que nos rige era ilegítima desde que nació. Concedo pues, que estamos en una situación –yo lo quiero creer así- de tránsito. Creo, confío en que otras cosas vendrán, pero si y sólo si empujamos en esa dirección. Y una parte del esfuerzo lo debemos concentrar en irnos separando desde dentro, desde nosotros, de las formas tradicionales de (hacer) universidad. Con imaginación y esfuerzo podemos comenzar a orientar y pivotar nuestro hacer desde Proyecto, desde las comunidades. Aunque existan –porque no pueden no existir- los Programas de Formación, buscar maneras a lo interno y entre nosotros de borrar sus fronteras, de irlos con-fundiendo, mezclando, interpenetrando hasta el punto de que logremos asumir los problemas de la realidad tal como se presentan en la realidad, haciendo esfuerzos teórico-prácticos para verlos en todas sus dimensiones.

Aunque existan –porque no pueden por ahora no existir- las Unidades Curriculares,  buscar maneras a lo interno y entre nosotros de borrar sus fronteras, de desespecializarlas, de indisciplinarlas, y ello se logrará sólo con esfuerzo, estudio y dedicación. Pero sobre todo, si hacemos que Proyecto nos lleve, nos oriente.

Y para que se cumpla Proyecto, debemos irlo separando de la Administración abstracta, que no entiende –ni puede entender- los tiempos de la realidad, los tiempos de la comunidad. Si Proyecto corre en otra dimensión espacio-temporal, no abstracta sino concreta, todo lo demás se irá contagiando de su realidad, de su concreción socio-histórica. La administración debe ser en definitiva, un producto de la institucionalización política de Proyecto (y proyecto somos todos en tanto sujetos políticos, que operamos sobre la realidad para transformarla y transformarla es superar las formas de explotación capitalista), y no debe pre-exisitir hasta el punto de que hoy parece que sin la administración no somos o dejamos de ser, como si la Universidad fuera hoy –sólo- lo administrativo. A ese cuello que es como a un callejón, fuimos llevados por este conflicto, y hoy como en tantos otros momentos que se repiten debatiéndose entre la tragedia y la charada, una cabeza pende a la espera de decisiones altas, encumbradas, altísimas. 


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 Dubraska Hernández Gutiérrez
Militante de la Vida y seguidora del
Loco Simón Rodríguez Disparatado Marx
"La vida misma se vuelve tan preciosa como vastos son nuestros sueños"
Louise Michel.

 


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